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En Perú, Machu Picchu y mucho cebiche


Machu Picchu

Machu Picchu


Y finalmente, Perú. Un país por el que siempre me sentí atraído sin saber muy bien porqué. Ahora, tras visitarlo, ya tengo algunos argumentos. Históricos, culturales, lingüísticos, gastronómicos, arquitectónicos. La primera parada fue Cuzco, hermosa ciudad de paso obligatorio para ir al Machu Picchu, pero mucho más que un escala técnica. El poderío que respira la Plaza de Armas te hace entender de golpe la importancia que tuvo la capital del imperio inca que se extendió por los Andes, de Colombia a Chile. Después llegaron los españoles, que eran brutos, pero no tontos, y construyeron sobre los restos incas, la mayoría de iglesias y palacios que todavía hoy presiden la ciudad. Es curioso ver las diferentes capas en las construcciones más antiguas de Cuzco. La base de piedras gordas incas y más arriba la arquitectura española. Todo un viaje en el tiempo. Y de ahí a la maravilla de Machu Picchu. Ningún resto de antigua civilización del mundo me ha llegado tanto como la misteriosa ciudad-montaña. Camuflada entre la maleza durante tres siglos, pasó desapercibida para la historia, los europeos y sus descendientes. Hasta que llegó Indiana Jones (en realidad su nombre era Hiram Bingham) a redescubrir -mientras buscaba otra cosa-, hace ahora exactamente 100 años, este increible lugar que todavía hoy encierra un montón de misterios. Lo que sí está claro es que el lugar es hermoso, y que los incas le dieron importancia a la belleza del enclave al elegirlo. También es evidente lo avanzados que estaban en ingeniería urbanística, agricultura, canalización de aguas y algo fundamental que occidente olvidó, ser conscientes de la naturaleza y aprovechar la fuerza de sus elementos en vez de luchar contra ellos. Aislados arriba, en la icónica montaña de Huayna Picchu, la que sale en todas las postales de Machu Picchu, a más de 2600 metros sobre el nivel del mar tenían agua, sol, comida, protección, hermosas vistas… en fin, todo lo necesario para vivir, menos wifi.
BR1 sentado entre las brumas de la madrugada en las ruinas de Machu Picchu

BR1 sentado entre las brumas de la madrugada en las ruinas de Machu Picchu


Un largo y emocionante día de visita y ascensión al epicentro arqueológico de Sudamérica y la sensación de sentirse con el alma llena y limpia. Más o menos la sensación opuesta a la de pasarse un día entero viendo tele basura o paseando por un centro comercial (shopping). Con el alma contenta, ahora era el estómago que empezaba a decir ¿qué hay de lo mío? Y qué mejor lugar para contentarlo que Lima, la capital de uno de los países de gastronomía más apasionante y rica del planeta. Además de sus miles de tipos de sopas y de platos con influencias chinas, españolas, árabes, japonesas… la joya de la corona es el cebiche. Delicioso pescado blanco macerado en limón con cebolla, cilantro, ají picante y sal. Bueno, bueno, cada día comí. Hasta que al quinto día consecutivo el estómago, agotado, dijo «no más pescado crudo, por favor». Porque el día que descansé de cebiche comí sushi, aprovechando la gran colonia japonesa en Perú. Lima es una ciudad muy interesante y el castellano que se habla, uno de los más claros y bonitos del continente. Más que el centro o Miraflores, me gustó el barrio de Barranco por el que callejear entre casas bajas, con poco tráfico, y disfrutar de la vida a bajas revoluciones en una ciudad a orillas del Pacífico. Si van a Lima, no dejen de visitar el barrio de Barranco, y ya que están pídanse un cebiche del pescado del día en el Canta Rana, un restaurant popular especializado en pescados y arroces que abrió un argentino hace más de 25 años en la única ciudad castellanoparlante del continente que puede mirarle a los ojos a Buenos Aires. En Lima termina mi periplo sudamericano y también algo más de nueve meses de viaje por el hemisferio sur: desde Indonesia hasta Perú, vía Australia, Nueva Zelanda, Argentina, Uruguay, Brasil, Paraguay y Bolivia. No digo que el viaje termine, todavía no lo siento así. Ahora vuelvo al hemisferio norte, donde empezó esta aventura hace más de 500 días, a cerrar el círculo, y a abrir otros. ¡A ver qué!. Tengo ganas de saber qué hay más allá de la vuelta al mundo y de contároslo. Así que… ¡sigan conectad@s!
BR1 echándose una siestecilla en ell Machu Picchu, con el Huayna Pichu de fondo

BR1 echándose una siestecilla en ell Machu Picchu, con el Huayna Pichu de fondo