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la costa atlántica, de Punta del Este a Punta del Diablo pasando por Cabo Polonio


la tele, el perro y BR1 en la playa de Cabo Polonio

la tele, el perro y BR1 en la playa de Cabo Polonio

Llevaba toda la vida oyendo hablar de Punta del Este pero nunca había ido. Es como un Miami o Benidorm uruguayo invadido en verano por argentinos pudientes. Fuera de temporada, o sea de marzo a noviembre, está vacío. Una ciudad fantasmagórica con edificios altos a primera línea de mar. El puerto es agradable y el ¨casco antiguo¨ o downtown es hermoso, alrededor de la plaza del faro. Por lo demás me pareció poco especial. A excepción, eso sí, de Punta Ballena, una entrada en el mar (aquí océano) con espectaculares puestas de sol ante Casapueblo, el singular edificio-museo-casa-taller-hotel del prolífico artista uruguayo Carlos Páez Vilaró de claras influencias mediterráneas.
puesta de sol en Casapueblo, Punta Ballena

puesta de sol en Casapueblo, Punta Ballena


La siguiente parada por la costa atlántica uruguaya iba a ser la más especial. Por algo nos la recomendaron tan efusivamente varios amigos en la página del planBR1 en facebook (gracias Montse!) y mi prima Flori. Cabo Polonio. Uau! Cuesta llegar, pero vale mucho la pena, y además es posible que valga tanto la pena porque precisamente cuesta llegar. Varios buses encadenados te dejan a las puertas del parque nacional, y ahí o te caminas 7kms de dunas o te llevan en camiones 4×4 o en jeep hasta la aldea de humildes a la par que atractivas casas de madera que en su día fueron de loberos (los que cazaban a los lobos marinos que por suerte han sobrevivido a sus matarifes y siguen viviendo tras el faro en dos grandes colonias en las que se mezclan con los leones marinos aún mayores que los lobos), más tarde la aldea fue morada de pescadores, artistas, bohemios, aventureros, rebotados del mundo, idealistas y, hoy, sobre todo de gente que vive del turismo en este entorno dunar aislado increible. Sin electricidad, ni coches, ni grandes comodidades, pero el paraíso para quien pueda disfrutarlo sin las muletas del desarrollo. Me alegra mucho que queden lugares así en el mundo. Y finalmente de Cabo Polonio a Punta del Diablo, un destino surfero, con oferta turística muy respetuosa con el entorno y un ambiente de pueblo de pescadores remoto. Bonitas playas, calles sin asfaltar, algún restaurante, hostales y casas de alquiler. La antítesis de Punta del Este para los que no quieran llevarse la artificialidad urbana a la playa pero tampoco se atrevan con el aislamiento radical de Cabo Polonio en donde uno parece diluirse ante la inmensidad del cielo, la tierra y el mar.
Cabo Polonio, sin palabras

Cabo Polonio, sin palabras

Uruguay, un país tranquilo


contraluz de un banco al atardecer en el muelle de Colonia

contraluz de un banco al atardecer en el muelle de Colonia


Tras dos meses y medio en Argentina volviendo a las raíces, llegó el momento de hacer la mochila y ponerse en marcha de nuevo. La llamada del camino otra vez. En esta ocasión los bultos son más y los kilos que arrastro casi el doble que la última vez que ejercí de mochilero puro, en Asia. Mal. Por qué? Bueno, por un lado me aburguesé un poco en Oceanía viajando en coches de alquiler. Y por otro, al perder durante un mes mi equipaje en algún lugar entre Auckland y Buenos Aires, me compré algo de ropa, más toda la que me dio mi padre que ya no usa se sumó a toda la mía cuando volvió a aparecer mi mochila en Nueva Zelanda. Todo eso sumado al hecho de vivir cómodamente en el apartamento de Jorge, me hizo olvidar lo importante que es viajar ligero. Y claro, ahora voy cargado como un burro. Con mochilón, mochila y swag parezco una feria ambulante. No worries, ya me iré desprendiendo de cosas durante los próximos días. Si no, soy un burro de verdad. Para compensar tanto tiempo en una gran ciudad como Buenos Aires, qué mejor que cruzar el Río de la Plata para encontrarse con la serenidad uruguaya. Primera parada, Colonia. Belleza atemporal. Clase. Un hermoso rincón Patrimonio de la Humanidad. El casco antiguo es una maravilla arquitectónica que recuerda a algunos rincones de Catalunya o de la Toscana. De Colonia de Sacramento a Montevideo, capital de la República Oriental del Uruguay, un país de poco más de tres millones de habitantes. El barrio elegido para alojarse un par de noches es el Palermo negro, el de las calles que todo los domingos al caer la noche se llenan del ritmo afrouruguayo del candombe. Hipnótico y poderoso. Unos tambores que nos remiten al origen de la humanidad en el continente negro. Todos salimos de África, no muy lejos de la actual Etiopía. Todos. Los chinos, los esquimales, los argentinos rubios, las irlndesas pelirrojas, los vikingos, los vascos con RH negativo, los judíos, los palestinos y hasta la raza aria (si existe). Todos somos uno. Y cada tarde de domingo los tambores del candombe que resuenan en el Palermo negro de Montevideo nos invitan a recordarlo, a sentirlo y a celebrarlo.
si su vida va demasiado deprisa, pare, respire hondo y disfrute

si su vida va demasiado deprisa, pare, respire hondo y disfrute