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lo mejor de Tailandia
No recordaré mi paso por Tailandia como los mejores días de mi vida. La entrada en bici atropellada, con una caída y pedaleando tres días por el arcén de una autopista de un país demasiado asfaltado y, efectivamente, muy turístico. Además estaba yo medio bloqueado emocionalmente coincidiendo con la noticia del zeide. Así que el paraíso no era tal. En Bangkok me salvó lo interesante que es la ciudad y lo espectacular que sienta un masaje tailandés: una hora por todo el cuerpo (vestido) recibiendo estiramientos y presiones por todos lados realizados con brazos, antrebrazos, codos y también con la técnica y el peso de la masajista utilizados con precisión. Fue como una hora de intenso yoga de estiramientos y torsiones pero desde una actitud pasiva, relajándome y disfrutando de los cuidados. Eso estuvo muy bien. Y a sumar al masaje tailandés, la comida y la gente también estarían entre lo mejor de Tailandia. Pero para mi, lo que lo marcará un antes y un después a mi paso por el país de las bebidas energéticas es mi entrada al mundo submarino. Mis primeras diez inmersiones. De día y de noche. A 12 y a 30 metros de profundidad. Viendo barracudas, peces loro, gatillo, mariposa… asomándome a cuevas que albergaban morenas de ojos blancos, serpientes marinas, rayas… volando por encima de anémonas increibles, corales con forma de cerebro y jugando a la ingravidez dentro de bancos gigantescos de peces de colores. Al final me quise ir rápido de Tailandia. Como queriendo pasar página. Por eso me fui sin ver la costa oeste donde se supone que el paisaje es más espectacular si cabe, pero todo es más turístico y más caro. Eso sí, lo que no me va a quitar nadie es el mundo que se abrió ante mi en Koh Tao, y lo mágico que fue en la última inmersión, la 10, dar con el animal que da nombre a la isla: la tortuga.
Publicado en 14 Tailandia, el viaje
Koh Tao, entrada a la dimensión submarina
Me habían hablado de las maravillas subacuáticas, pero nunca creí que fueran para mi. Ni cuando vi de cerca todo lo que le apasionaba a mi primo Uriel y lo bien que le hacía irse adentrando en la vida submarina. Pensaba que yo ya estaba muy bien fuera del agua, pero al llegar a la isla de Koh Tao en el Golfo de Tailandia famosa por su tranquilidad, bonitas playas y sobre todo por el buceo, pensé «por qué no? probemos y a ver qué». Llegué el lunes pasado por la mañana a la «isla tortuga», y a la tarde ya estaba asistiendo a las clases del curso de iniciación al submarinismo. Videos sobre el hábitat marino, charlas sobre la seguridad bajo el agua, exámenes tipo test sobre la conducta y los equipos de buceo, tablas de descompresión para calcular tiempos y profundidades de las inmersiones… y en dos días ya estaba respirando bajo el agua en los primeros ejercicios en piscina. Los dos últimos dias, cuatro inmersiones en el mar de hasta 18 metros de profundidad. Corales, anémonas, peces de colores (entre ellos Nemo), morenas, barracudas y desafiantes peces gatillo. Pero no es solo increible el mundo submarino que ya habíamos visto en los documentales de la tele cómodamente insatalados en nuesto sillón, sino la sensacion de poder y libertad que supone respirar bajo el agua, y flotar o volar venciendo a la ley de la gravedad sin realizar ningún esfuerzo. No es una actividad que se la vaya a recomendar a todo el mundo, porque creo es para un tipo de personas y puede que no para otras, pero a mi me esta encantando. Ya tengo el primer nivel, el Open Water Diver (PADI), que permite bajar con instructor hasta 18 metros y mañana empiezo el segundo nivel, el Advanced Open Water Diver, con el que, en teoría, podré bajar hasta los 30 metros por todo el mundo. De esta forma el viaje y la vida adquiere una nueva dimensión que hasta hace una semana no había contemplado: la submarina. Y puede que esto me cambie el guión de algo, o no, no se. Lo único que sé es que ahora quiero seguir descubriendo este nuevo mundo que se presenta ante mi. En diferentes latitudes, profundidades, temperaturas y visibilidades. Ojalá que entre mañana y pasado hagamos alguna inmersión nocturna y que antes de irme de Koh Tao pueda ver alguna tortuga grande y/o algún tiburón pequeño.
Publicado en 14 Tailandia, el viaje
entrada a Tailandia por la puerta de atrás y llegada a Bangkok
Esperaba que Bangkok fuese un infierno. Suciedad, pobreza, ruído, caos, prostitución, acoso y la peor cara del turismo. Tenía un poco de miedo, pero mucha curiosidad. Sobre todo por ver cómo reaccionaría ante las fuerzas del lado oscuro. Esas eran mis perspectivas viniendo del tranquilo e inocente país vecino. Salí de la capital de Laos el 9 de septiembre. Tras 22Km en bici llegué al Puente de la Amistad que une Laos de Tailandia construido en 1994 por los australianos como regalo, probablemente para rebajar sus remordimientos de conciencia por haber participado en la guerra de Vietnam que tanto golpeó tambien a laosianos y camboyanos. Al entrar al puente me cruzo con un ciclista inglés que ya ha hecho Tailandia a pedales y me regala su mapa, genial. Y saliendo del puente, primera caída en bici al enrailarse la rueda de adelante en la vía del tren que también cruza el puente (estará el Mekong o Laos diciendo no te vayas? será que no los quiero dejar atrás?). Nada grave, tenía que pasar tarde o temprano. Un par de rascadas en la bici y en la piel, pero todo bien. En tres días pedaleo 200Km. Avanzando por el arcén convertido en carril bici/moto/tuk-tuk de la autopista que conecta Nong Khai con Bangkok. Paso por Udon Thani, ciudad desde la que despegaban los bombarderos estadounidenses B-52 con destino a Laos, Vietnam y Camboya. Y cuando llego a Kohn Kaen y darme cuenta que me quedan, a ese ritmo, 7 días para llegar a la capital y que ir por la autopista no mola un pelo, decido subirme a un bus con la bici y ver las pick ups, los seven elevens y los centros comerciales desde arriba. Llego a Bangkok de noche y como de costumbre la parada de buses está a varios Km del centro, grrrr. Me pierdo y tardo como dos horas en llegar al barrio de Banglamphu, donde me voy a alojar. Pero me lo paso bien, porque no estoy cansado, gracias a las siestas en el cómodo bus, y porque Bangkok me da una primera impresión mucho más agradable de la esperada. Ni tanta locura, ni tráfico salvaje, ni sensación de inseguridad. Bien. Además encuentro un alojamiento limpio, tranquilo y barato que parece una casita japonesa ubicada en el céntrico barrio que yo quería. El casero me recuerda al profesor Miyagi de Karate Kid. No deja de sorpenderme cómo las expectativas que uno puede tener a priori condicionan las experiencias que uno vive después. Si uno espera encontrarse el paraíso, a menudo la imperfecta realidad te decepciona. Y si uno espera el infierno, descubre que Bangkok es una ciudad muy interesante llena de rincones por descubrir.
Publicado en 14 Tailandia, el viaje